Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 5 de julio de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Azcárate
Número y páginas del Diario de Sesiones: 17, 462-463
Tema: Conducta del Gobierno ante las apreciaciones de la prensa, y noticias de la misma relativas a palabras que se suponen pronunciadas por el Sr. Presidente del Consejo de Ministros en los pasillos del Congreso

Empiezo por dar gracias al Sr. Romero Robledo por la atención que ha tenido anunciándome la pregunta que me iba a dirigir, y por manifestar mi sentimiento por no haber podido estar aquí en los días en que se ha ocupado este asunto.

Yo creo que S.S. da una importancia excesiva al hecho que ha sido objeto de su pregunta en los días anteriores, y que se la da también al que lo es de la que hoy me dirige.

Cuando me dijeron que S.S. había hecho una pregunta acerca de un suelto que insertaba un periódico refiriéndose a una conversación mía, en la cual había aludido a S. M. la Reina, yo que no acostumbro a tomar el nombre de la Reina más que para ensalzarlo, encargué a mis compañeros que si al día siguiente, por ocupaciones que yo tenía en el Senado, no podía acudir al Congreso, se preguntaba acerca de esto, negaran en absoluto el hecho. Su señora insistió, yo no pude contestarle; vi para entonces lo que el periódico decía, y debo declarar a S.S. que respecto de este asunto pasa lo que ocurre con todos los periódicos, que al referir noticias que cogen al vuelo de los Diputados o de los hombres públicos, dicen parte de la verdad y la comentan y la adornan con todo aquello que puede contribuir a sus fines.

Y esto es lo que realmente ocurre con el suelto de El Liberal; porque al leerlo, he recordado yo que al atravesar por el salón de conferencias para venir al de sesiones, me encontré en cierto día con alguna alma en aquél por noticias que determinados periódicos, y algunos que no son periodistas, pero sí Diputados conservadores, habían hecho circular, suponiendo que en ciertas regiones habían causado gran alarma y producido un profundo efecto los discursos pronunciados aquí por algunos oradores, sobre todo por los párrafos con que los concluyeron, por las amenazas que lanzaron y por los peligros que habían profetizado; y a mí me pareció conveniente y necesario desvanecer esas alarmas diciendo que yo no sabía el efecto que habrían producido en tales regiones esos discursos; pero que lo que presumía era que en esas regiones, como en las medias, como en las bajas, como en todas las regiones, habían producido el mismo efecto, es decir, ninguno, porque ese sistema de amenazas y de anunciar peligros va [462] perdiendo ya su efecto; y añadía que no sólo va perdiendo su efecto ese sistema, sino que, en todo caso, en todas partes produciría un resultado contraproducente, hasta el punto de que las gentes, cansadas de oír todos los días esas amenazas y anuncios de peligros, dirían: pues si han de venir peligros, que vengan.

Estas fueron, poco más o menos, mis palabras, sin aludir a nadie, sin citar un solo nombre propio; que hubiera sido grandísima injustita en mí citar al efecto los nombres de las personas que he oído citadas aquí, pues parece que S.S. ha recordado los nombres del Sr. Cánovas del Castillo, ilustre jefe del partido conservador, del Sr. Cassola y del Sr. López Domínguez. No; yo no podía citar esos nombres, primero, porque a mí no me gusta citar nombres propios, y segundo, porque hubiera sido grandísima injusticia citarlos en este caso, porque aunque ellos hayan anunciado peligros, claro está que no lo han hecho como si ellos pudieran contribuir a crearlos, sino que los han anunciado como interés, como naturales, como lógicos, pero contra su voluntad y a pesar suyo; y en tal concepto, no podía yo decir de esos señores que anunciaban peligros, esas palabras que S.S. ha pronunciado aquí, de si han de salir, que salgan, porque ellos no han dicho que fueran a salir; ellos presienten peligros, y hacen bien, si los presienten, indicándolos; pero los peligros que presienten no son peligros que ellos van a producir, sino que los ven a pesar suyo, contra su intención y contra su voluntad. Por consiguiente, mal podía yo citar a esas personas ilustres en el caso, de la manera y en la forma que S.S. ha indicado aquí en los dos días en que ha hablado de ese asunto.

Pero vamos a lo que dice el periódico; porque S.S. suponía que el periódico infiere una injuria nada menos que a S. M. la Reina Regente, y eso no resulta de la lectura; esa injuria más bien la deduce S.S.; veamos, si no, Sres. Diputados, veamos lo que dice el periódico:

"Pues qué, ¿iba a formar Gobierno el Sr. Cánovas del Castillo en cuanto hablase y en cuanto dijese que aquí peligra todo? ¡Parece mentira que pongan sus esperanzas en base tan quebradiza y frágil algunas gentes! Es ignorar que en ciertas regiones las amenazas no intimidan, sino que producen el efecto contrario. Tengo por seguro que faltaría quien dijese en ellas, si prosperase la forma de oposición a que se muestran inclinados algunos elementos de la conjura: si han de salir, que salgan".

¿Se puede ver aquí que se atribuya absolutamente nada a S. M. la Reina? El Sr. Romero Robledo es el que deduce las consecuencias, pero no el periódico. El periódico no dice nada de S. M. la Reina Regente; habla de ciertas regiones, ni siquiera de altas regiones, y son muchas las regiones donde eso se puede decir. Y yo, monárquico sincero, francamente, jamás me empeñaría en la obra de que todos hubieran de presumir que unas palabras como éstas pudieran ser atribuidas a S. M. la Reina, como injuria a la Majestad Real.

Por consiguiente, Sr. Romero Robledo, creo que es apurar demasiado las cosas empeñarse en demostrar que en lo que S.S. se proponga y forje su imaginación hay injuria a S. M.; porque yo no lo puedo ver de la propia suerte, y pudiera temer que no lo habrán de encontrar los tribunales. Y me alegraré que no la encuentre nadie, porque en caso de duda es preferible para mí pensar que no ha habido en nadie intención de injuriar a la augusta persona que ocupa el Trono. El Gobierno, pues, haciéndose cargo de los motivos a que responden los deseos de S.S., nunca podría complacerle por completo, cuando más, haría lo que hace siempre, que es, excitar el celo del fiscal; por más que entienda que si el fiscal hubiera visto lo que S.S. ve, no habría habido necesidad de excitar su celo en el cumplimiento de su deber, porque se hubiera anticipado a presentar la denuncia.

En último resultado, y si tanto le apuraba el asunto a S.S., podía haber ejercitado la acción pública, que nunca cuadra mejor que en los casos en que el fiscal no haga nada, y sin perjuicio de que el Gobierno excite o no su celo.

Para terminar, siento mucho que los deseos de su señoría no puedan ser satisfechos por el Gobierno, como desea satisfacer los deseos de S.S. y de todos los Sres. Diputados. [463]



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